¿Dónde está el límite para definir lo que es chistoso? ¿En qué punto trazamos la línea para decir «de esto no te debes burlar» o «este otro tema está fuera de los límites»?
Hoy toca hablar sobre la censura, la paradoja de la intolerancia y el pináculo de la comedia mexicana.
La paradoja de la intolerancia fue descrita por el filósofo austríaco Karl Popper en 1945. En su obra La sociedad abierta y sus enemigos, Popper plantea que una sociedad que es ilimitadamente tolerante corre el riesgo de ser destruida por los intolerantes.
La paradoja se puede resumir así: si una sociedad es completamente tolerante y no pone límites a la intolerancia, los intolerantes acabarán por destruir esa sociedad tolerante. Popper argumenta que, para mantener una sociedad tolerante, esta debe ser intolerante con la intolerancia. Esto no significa que debamos suprimir todas las opiniones intolerantes, sino que debemos estar preparados para defender una sociedad tolerante contra aquellos que buscan destruirla, incluso si eso implica restringir la libertad de los intolerantes cuando recurren a la violencia o incitan al odio. Entonces, aquí tenemos la primera pista: debemos poner límites cuando un discurso puede generar violencia u odio.
Este año hemos visto algunos casos interesantes de discursos censurados.
Primero, está el caso de El Temach, a quien le cancelaron presentaciones porque algunas personas no querían verse vinculadas con sus discursos. De inmediato, sus seguidores se manifestaron en contra de esta «censura». Claro, amigo, en una de las ciudades más conservadoras del país, le cancelan una presentación a la que iban a asistir unos cuantos de sus millones de seguidores. ¡Pobre Temach! No lo dejan decir nada… excepto, claro, en sus redes sociales, donde sigue siendo escuchado y monetizado.
Algo similar ocurrió con Adrián Marcelo, el famoso concursante de La Casa de los Famosos, que no tenía nada que perder y terminó perdiendo contratos para su presentación de stand-up llamada Hermanos de Leche. Como no conocía a este personaje, tuve que buscar en redes algunos ejemplos de su trabajo. Un «genio» de la comedia que, curiosamente, también sigue con sus redes sociales intactas.
Ah, pero las cosas no terminan ahí. En un giro desafortunado, Franco Escamilla enfrentó el acoso digital hacia su hija. Aquí la verdadera víctima es la hija, claro está. Sin embargo, Franco ha basado su contenido en burlarse de personas con sobrepeso (incluido él mismo), y parece que a algunos les pareció divertido darle la vuelta a la situación. Pues, como dice el dicho: «el que se lleva, se aguanta», ¿no?
La libertad de expresión no es lo que muchos creen. En países como México, de donde provienen estos ilustres personajes, es un derecho humano fundamental, consagrado en los artículos 6° y 7° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Este derecho permite a todas las personas buscar, recibir y difundir información e ideas de cualquier tipo, ya sea de manera oral, escrita o a través de medios electrónicos. Sin embargo, este derecho no te exime de la responsabilidad de las cosas que digas. Si haces humor a costa de otros, o tocas temas como la pedofilia, no te garantiza que te den un espacio en vivo para lucrar con ideas tan obsoletas como la del «macho alfa».
Recordemos: se respeta a las personas, pero no a las ideas. Eres libre de expresar tus ideas siempre y cuando tengas los argumentos para sostener lo que dices.
La comedia es un producto de consumo, y ellos la venden mediante los discursos de los personajes que interpretan para este fin. Ellos, como personas, no están siendo censurados; sus personajes y discursos sí. Si no hay demanda, no es rentable. Entonces, como proveedor de servicios, decides qué ofrecer. ¿Quieres vender? Debes adaptarte a lo que tu público y patrocinadores desean, pero nadie dice que en tus propios espacios no puedas seguir diciendo las barbaridades que quieras.
Entendamos que existe una simbiosis entre cultura y sociedad, y que esto cambia con el tiempo. En este caso en particular, la sociedad dicta el humor, y el humor manipula a la sociedad. Ahora que volvió a ponerse de moda el caso de Paco Stanley, pudimos ver lo normalizado que teníamos el humor agresivo y grosero de Paco. Toda su rutina con Mario se basaba en faltarle al respeto, porque así funciona una rutina con un patiño: necesitas burlarte de alguien para sobresalir y darle a la gente algo de qué reír. La generación de esos años replicaba las frases que Paco le decía a Mario, con sus amigos, con su familia y prácticamente en cualquier entorno, porque era información que todos conocían y que culturalmente se consideraba graciosa y aceptable. Hoy la sociedad es diferente, y un programa así no tendría el mismo éxito. Así como la moral es cambiante, también lo es el humor.
Distinguimos entre libertad de opinar y hablar, y un producto de consumo socialmente aceptable, y aceptamos que los tiempos cambian. La sociedad actual es más crítica y más empática, pero también tiene menos reparos en usar cualquier herramienta que les demos en nuestra contra. Estamos viviendo la época de la intolerancia hacia los intolerantes, hacia los abusivos, hacia los que promueven discursos de odio y hacia quienes creen que pueden decir lo que quieran sin asumir las consecuencias.
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