Malas Influencias: por qué los niños no deben estar en redes sociales
¿Por qué los niños no deberían tener redes sociales? La serie documental Malas Influencias lo explica de forma clara, directa y urgente en solo tres episodios. A través del caso de Piper Rockelle, una influencer infantil con millones de seguidores, se muestra el lado oscuro de exponer a los niños en internet: explotación, pérdida de privacidad, impacto emocional y ausencia total de una infancia normal.
Piper comenzó a aparecer en videos desde muy pequeña, y su crecimiento en redes se convirtió rápidamente en el negocio familiar. Hoy, con más de 12 millones de seguidores en YouTube, jamás ha asistido a una escuela tradicional, sus amistades y relaciones son seleccionadas como parte de su imagen pública, y su día a día está marcado por grabaciones, contratos y exposición constante.
Aunque este caso es extremo, no es único. Cada vez es más común ver a padres exponiendo la imagen de sus hijos en redes sociales desde los primeros años, con la idea de volverlos “famosos” o incluso “ricos”. Esta normalización de la sobreexposición infantil en internet es una práctica peligrosa, que debe ser cuestionada desde la raíz.
Los datos lo confirman: los niños están en redes mucho antes de lo permitido
Aunque la mayoría de plataformas establecen los 13 o 14 años como edad mínima para abrir una cuenta, la realidad es muy distinta:
- En México, el 69% de los niños de 7 a 11 años ya usa alguna red social.
- Entre los niños de 3 a 5 años, el 49% ya publica contenido digital.
- En España, uno de cada cuatro niños de 7 a 9 años usa TikTok.
- El 65% de los adolescentes españoles entre 13 y 15 años usa Instagram, pese a que la edad mínima legal para muchas plataformas es 14 años.
Además, se estima que el primer smartphone llega a manos de los niños entre los 10 y 12 años, momento en el que también comienzan a navegar sin supervisión y a interactuar en línea.
El trabajo de los niños no es crear contenido
Piper Rockelle no es una excepción. Hay miles de niños alrededor del mundo que trabajan, de forma directa o indirecta, creando contenido para redes sociales. La línea entre el “juego” y la explotación laboral es muy delgada cuando los ingresos familiares dependen de las visualizaciones, likes y campañas publicitarias que el menor protagoniza.
Este tipo de exposición no solo pone en riesgo la salud mental del niño, sino también su seguridad personal y su identidad. Al crecer frente a una cámara, sin privacidad, sin educación formal y bajo presión constante, los niños pierden la posibilidad de tener una infancia normal. Y eso, simplemente, es inaceptable.
¿Qué efectos tiene esto en su salud emocional?
Los expertos coinciden: el uso temprano e intensivo de redes sociales está vinculado con:
- Ansiedad, depresión y baja autoestima.
- Dificultades en habilidades sociales y relaciones reales.
- Adicción digital, afectando el sueño y el rendimiento escolar.
- Mayor riesgo de acoso, grooming y retos peligrosos.
- Impacto negativo en la imagen corporal, especialmente en niñas.
Los niños no están preparados para procesar la presión social, los comentarios negativos ni la necesidad constante de validación. Además, todo lo que publican —o lo que publican sus padres sobre ellos— queda archivado y puede afectarlos en su futuro académico, laboral o emocional.
Como adultos, tenemos una responsabilidad
El problema no es solo que los niños tengan redes, sino que los adultos estamos consumiendo ese contenido. Ver, comentar, compartir y seguir a niños influencers alimenta una industria que lucra con su imagen y su infancia. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de poner límites claros:
- No deberíamos seguir cuentas manejadas por menores.
- No deberíamos normalizar que un niño trabaje como influencer.
- Y definitivamente, no deberíamos permitir que nuestros hijos crezcan creyendo que “ser famosos en redes” es una meta de vida.
Es momento de cuestionarnos como padres, cuidadores y consumidores de contenido.
El uso de redes sociales no es un derecho infantil, es una herramienta para adultos. Y como cualquier herramienta, puede ser peligrosa en manos inexpertas. Protejamos la infancia. Dejemos de romantizar el éxito digital precoz y empecemos a exigir límites y regulaciones claras.
Mi experiencia:
Durante la pandemia, mis hijos quisieron empezar un canal de YouTube. Ellos son muy creativos y me pareció una buena manera de que usaran esa creatividad para aprender ciertas habilidades, como la edición de video, escritura de guiones, etc. Pero existían ciertas reglas: no mostrar su cara, no enseñar indiscriminadamente la casa, no dar datos personales. Yo veía y autorizaba todo lo que subían. Su canal no pasó de los 20 suscriptores, puros amigos y familiares. Además, como estaba en categoría infantil, ni siquiera podían dejarles comentarios.
Ellos tuvieron su experiencia creando videos y, sí, esto les ayudó a aburrirse menos durante la pandemia y a aprender cosas nuevas que ahora les han servido en la secundaria, donde es más común que les dejen tareas audiovisuales.
Que los niños hagan contenido adecuado, que graben videos, que cuenten sus historias, no es algo malo. Lo malo es exponerlos al mundo sin medir y pensar en las consecuencias.
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